Suárez, la continuidad de los mitos.
Afortunadamente se van agotando los fastos organizados en torno a la muerte de Adolfo Suárez, el arquitecto de la transición según nos dicen.
La monarquía, las instituciones democráticas, los medios de comunicación, su familia, la minoría silenciosa, incluso, parecen haberse conjurado para la exaltación de Adolfo Suarez, un ministro secretario general del movimiento designado por el heredero del dictador para construir el mito fundacional del postfranquismo: la transición.
Los medios de comunicación acudieron solícitos a la insólita rueda de prensa convocada por Adolfo Suárez Illana –frustrado candidato del Partido Popular en Castilla La Mancha para desbancar el virreinato del impresentable José Bono–, en la que anunció anticipadamente la muerte de su padre, quizás como antídoto de una muerte en diferido. Empezaba la cuenta atrás para la glorificación del personaje, el escenario ideal para la autocomplacencia de los demócratas de toda vida y para el disfrute y lucimiento de los medios. Comenzaba la impostura.
Mientras tanto, decenas de miles de hombres y mujeres se dirigían a Madrid para encontrase con otros cientos de miles de trabajadores y trabajadoras, de ciudadanos y ciudadanas, para defender su dignidad, la dignidad de las personas. Unas marchas que para los medios de comunicación han merecido poco más espacio que el dedicado a los incidentes aislados que se produjeron al final de las mismas.
La comparecencia de Suárez Illana, resultó verdaderamente oportuna ( y patética). El poder y sus mecanismos se complacieron con sus lágrimas mediáticas. Era el momento de recuperar terreno. De nuevo el espíritu de la transición.
Resulta, ahora, que Adolfo Suárez y el Rey nos trajeron la democracia y que el otrora denostado tahur del Missippi ha sido nuestro primer presidente de la democracia. Ya está bien ¿No creen?
Pero, concluidos los fastos, los albaceas de la transición continuarán a lo suyo. Afianzando sus intereses y perpetuando su estirpe.
Y nosotros y nosotras, a lo nuestro: a recuperar con rigor la memoria, a desmontar sus mitos, a denunciar sus crímenes, a desbaratar sus imposturas.
En los últimos años ya han sido dos los expresidentes que, tras su fallecimiento, han merecido honores de Estado: Calvo Sotelo y Suárez. Presidentes ambos de una democracia anómala, tutelada por los herederos del franquismo. No ha habido honores, sólo olvido, para los presidentes y jefes de gobierno de la II República Española, el único régimen legítimamente democrático de nuestra historia. No hubo ocasión; el golpe de estado de 1936, la sublevación militar apoyada por la élites del poder, cercenó los sueños de quienes nunca nada tuvieron, de los que quisieron que ese sueño fuera posible.
Ya es hora de que vayamos preparando ese homenaje y ese reconocimiento a quienes defendieron los valores de la República, a los que soñaron con una sociedad democrática, más justa, alejada de caciques, señoritos y sotanas. Ya va siendo hora de recuperar su memoria, la de los presidentes de la República y la de sus jefes de gobierno.
Hagámoslo de la mejor manera posible, contribuyendo con nuestro esfuerzo y compromiso a la apertura de un proceso constituyente que nos permita decidir, de verdad, sobre la forma de Estado y enterrar de una vez el franquismo, el tiempo más ominoso y de indignidad moral de nuestra historia, y los dispositivos de poder que aún mantiene.
Por la República!!