Recuerdo a Dolores como una silueta acortada, menguada por los años y exprimida por una vida injusta que la consumió hasta reducirla apenas a piel y hueso. La fuerza de su rebeldía la llevó casi a la centena con una enorme vitalidad física, pero con una mente exhausta, empeñada en rememorar, noche tras noche, el pavor a las sacas franquistas que la llevaron, tras volver de La Desbandá, al encarcelamiento y el abandono de sus hijos.
Vestía siempre de negro, en recuerdo de su esposo y, quizás también, por despecho a la suerte; parapetada tras un delantal con dos grandes bolsillos en los que abrigaba pequeños trozos de pan como prevención ante un mañana que le recordaba demasiado al ayer. Dolores huyó de Motril el 10 de febrero de 1937 llevando en sus brazos un hatillo y dos hijos y volvió al final de la guerra para ser encarcelada y maltratada, viviendo junto al colegio donde estudiaron sus nietos y que aún hoy sigue llevando el nombre del juez que la encarceló injustamente y que dictó más de 200 condenas, entre ellas a niños de 17 años.
Pese a todo, Dolores tuvo más suerte que quienes quedaron en la carretera, en los caminos y veredas, o en el río Guadalfeo. Muertos de agotamiento o neumonías, de hambre, de frio, de metralla, de miedo, …de parir a sus hijos en medio del camino bajo la lluvia, el frio y el viento de un febrero de hace 87 años. Pese a todo, sus hijos tuvieron más suerte que los niños y niñas que nacieron y no sobrevivieron en el camino, de los que se perdieron, de los que no pudieron ser acogidos por otras familias.
Nunca en la historia reciente de Andalucía la población sufrió un horror equiparable y nunca, un suceso tan cruel fue durante más tiempo silenciado y olvidado, porque hoy, 87 años después, apenas podemos escribir unas decenas de sus nombres y mucho menos aventurar una cifra contrastada de muertes. Hoy el mapa de sus fosas sigue prácticamente vacío y ni un solo cuerpo ha podido ser exhumado.
Actos como el de hoy son imprescindibles para la rehabilitación moral de todas ellas, las enterradas, las desterradas, las aterradas, las olvidadas. De las que murieron y las que volvieron para sufrir el estigma de haber huido, de ser culpables de ser víctimas, obligadas al silencio, revictimizadas. Pero también para el reconocimiento del legado póstumo de la Desbandá que no es otro que el de un pueblo que nunca se rindió ante el fascismo y que conquistó, finalmente, la democracia.
El Fuerte de Carchuna, un lugar de sufrimiento, se transforma hoy en un memorial que rinde homenaje a todas ellas de la forma más contundente, difundiendo la verdad sobre lo ocurrido, porque el olvido y la mentira siguen siendo los últimos imperios de las viejas fieras.
Son necesarios sin duda más centros como este, al menos uno en cada provincia. Es necesario acabar con los nombres de los victimarios en las calles y las plazas de nuestros pueblos, y reemplazarlos por el de las víctimas. Es de justicia que, cada año, nuestros colegios recuerden este crimen, e imprescindible, que se destinen más fondos para su investigación. Es inaceptable el abandono al que el gobierno de Andalucía ha condenado a las víctimas. Todo eso es necesario y urgente, pero hoy nos sentimos alegres de que el Estado, y el gobierno de nuestra nación hoy los recuerde, los dignifique y los homenajee.
Permítanme, para terminar, un último recuerdo para los voluntarios y voluntarias de las Brigadas Internacionales, jóvenes de 21 naciones que tal día como hoy de 1937 comenzaron a marchar por la carretera de Almería, camino de Calahonda, para proteger con sus vidas y sus ideales la retaguardia de mas de 100.000 personas que, pese a desconocerlas, eran sus hermanos.
Muchas gracias
[Intervención de Fernando Alcalde en el acto institucional de inauguración de la exposición]